La cotidianidad, Mariana y dos hombres envidiosos

Esta tarde bajo el mantel bordado con diminutas flores de colores azules, amarillas y violetas con pinticas verdes, Mariana bambolea sus piernas a la hora del almuerzo, la silla del comedor es lo bastante alta como para que tenga que apoyar los brazos y las rodillas en ella para poder subirse, Mariana es una niña particular, no le gusta la pasta, pero ama la salsa boloñesa, y detesta la comida muy caliente, a ella le encanta saborear todo, desde que el plato llega a un metro de la mesa, ella puede ir adivinando de qué se trata, es por eso que cuando la comida está muy caliente hace mala cara, porque no le sabe a nada. Hoy es sopa de espinacas y sobre la superficie le han puesto unos dibujos de crema de leche, trazados con la punta de un cuchillo, no son una obra de arte, pero a ella le parecen divertidos.

En la mesa del comedor todos hablan un poco, de lo que pasó en la mañana, en las noticias, y otras cosas que ella no entiende muy bien, mientras los adultos se distraen, Mariana busca la mirada de su hermano, para hacerle muecas, y mostrarle un nuevo modelo de carita que pintó con salsa de tomate sobre una torta de maíz frita, ella, desde el otro extremo de la mesa, le hace paisajes juntando el arroz, ubicando las arvejas en una esquina y decorando con flores de salsa de tomate, su hermano ríe e intenta también crear nuevos motivos con los elementos de su plato, el problema es que a él le gusta comerse una cosa primero y luego la otra, así que se queda sin materia prima para generar nuevos diseños.

Mariana estuvo toda la mañana en el colegio, llegó con los zapatos mojados a la hora del almuerzo. Durante la jornada de clases llovió a cántaros y el parque del colegio se inundó, a la hora del descanso, los niños salieron corriendo del salón, mientras ella, con pasos lentos los miraba salir desde el último puesto del salón, salió tranquila y desde el pasillo del segundo piso, observaba el patio, lleno de espejos de agua agitados por sus compañeros de clase que corrían sobre ellos, la luz blanquecina del día creaba un efecto sombra, así que todo lo que estaba bajo el cielo tenía un cierto tono de contra luz, después de ver todo ese agite, Mariana, se entretuvo dibujando formas efímeras con las gotas de agua que permanecían sobre la baranda.

El tiempo y las clases pasaban de largo y Mariana se entretenía observando los colores de los árboles del parque que cambiaban con las horas de luz y que podía divisar sentada en su pupitre mirando a través de la puerta abierta del salón, el profesor de vez en vez, le hacía una pregunta para validar que estuviera atenta a la clase, a lo que la niña respondía con precisión y sin mirarlo a los ojos. El poco esfuerzo que parecía hacer para diseñar su respuesta, sacaba de quicio a más de uno, que aunque atento al ciento por ciento a la clase, no lograba comprender con ese mismo tino los conceptos que el profe quería que aprendiera.

Al terminar la jornada de clases Mariana se apuró para salir, tomo todas sus cosas y salió rápido medio encartada, quería ver el paisaje en calma y luego el agite del colegio con todos los estudiantes caminando como hormigas en dirección a la puerta de salida. Dos de sus compañeros de clase, Joaquín y Felipe, la abordaron a la altura del parque, le preguntaron si estudiaría en la tarde para el examen de mañana, a lo que respondió que no, que era muy fácil, que solo releería un poco las notas del cuaderno, Joaquín moría de ira, ¡a sí, muy fácil! respondió, y con un empujón la metió en un charco grande que le salpicó de gotas grises el saco blanco y le empapó los zapatos y las medias. Mariana enrolló el saco y lo metió en su mochila, y ahora sentada en la mesa del comedor, bambolea las piernas con ritmo para que sus zapatos se sequen, antes de que su mamá le pregunte por qué están mojados.

Nota: La imagen es del grabado surrealista del maestro Manzur, a quién admiro por tratar de encontrar las formas perfectas para luego reinventarlas.

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